Prologo

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Capítulo I. Hace seis meses.

El sonido de las sirenas inundaba la calle desierta, arrastrando con él algún que otro grito aislado. Y disparos, uno tras otro. El rechinar de los neumáticos contra el asfalto. El estruendo cuando uno de los vehículos derribó los contenedores de basura antes de hacerse pedazos en el aire. Más gritos, cada vez más cerca.

Segundos después, los faros de los coches de policía aparecieron al fondo, girando la esquina a una velocidad vertiginosa, todos los estabilizadores gravatónicos destellando en la oscuridad de la fría noche. Otro de los automóviles se deshizo en un estallido de miles de partículas de polvo, que reflejaron las luces azules del coche que iba tras él. Desde la ventanilla del copiloto salió una serie de resplandores, cuando el ocupante del asiento vació otro cargador tratando de acertarle a aquello de lo que escapaban. Las ruedas de toda la comitiva volvieron a chillar cuando cada vehículo giró de nuevo, dispersándose unos de otros, tratando de despistarle.

Pero es que ni siquiera sabían de qué estaban huyendo exactamente. Y lo peor es que, en el improbable caso de que consiguieran ponerle freno, había más.

Lanny volvió a esconderse en el portal, contra la pared, conteniendo la respiración mientras escuchaba atentamente. Le pareció que el jaleo disminuía conforme la persecución se alejaba, pero no estaba seguro. Esperó pacientemente, con el corazón latiéndole con fuerza, escudriñando la oscuridad entre los coches aparcados. Apenas podía distinguir nada, pues el alumbrado eléctrico no funcionaba desde que todo había comenzado. Lentamente fue subiendo la mirada, recorriendo la fachada del edificio de enfrente, ninguna luz tras las ventanas. ¿Habría alguien observando tras aquellos cristales? No podría saberlo. Cerró los ojos y respiró lentamente un par de veces, percibiendo ya claramente cómo las sirenas se perdían en la lejanía. En pocos segundos no se escuchaba nada, solo el tamborileo en su pecho.

El silencio fue todavía peor. Consigo trajo una tensión que se apoderó de cada músculo de su cuerpo. Casi ni se atrevía a moverse, porque cualquiera podría oírlo.

Abrió los ojos y, casi sólo por convencerse de que aquello no era un sueño, alzó todavía más la mirada. En el negro cielo sólo se veía una estrella. Roja, brillante, enorme, que con su luz parecía escupir llamaradas. Y decidió que tenía que ponerse a cubierto. Se deslizó suavemente contra la pared, asomándose lentamente a la calle.

Se encontró de cara con la figura de un joven que se acercaba corriendo levemente, tratando de hacer el mínimo ruido con sus pisadas. No pudo contener un sobresalto. Trastabilló unos pasos hacia atrás, buscando frenéticamente dentro de su cazadora. Su hermano le había dejado una pistola antes de irse a perseguir a uno de aquellos monstruos, villanos de película, o lo que fueran. Jamás había usado una. En otro momento habría pensado que se sentiría más bien un tanto ridículo. En ese momento no había una sola parte de su ser que no estuviera un tanto asustado. Cuando trató de apuntar, sujetando el arma con ambas manos, se dio cuenta de que el recién llegado había caído al suelo al tratar de frenar bruscamente, e intentaba ponerse en pie a la vez que retrocedía, horrorizado.

- ¡¡Un momento, un momento!! ¡Espera! ¿Qué haces? ¡No dispares!

Los gritos del muchacho hicieron que Lanny se fijara mejor. No le parecía peligroso. Bajó el arma un poco, aliviado, pero sin fiarse del todo.

- ¿Quién eres? – preguntó.
- Obe, me llamo Obe. Estaba escondido a dos manzanas de aquí cuando pasaron todos los polis. Solo estaba huyendo, te lo juro.

Lanny se acercó un par de pasos, dubitativo. Un pensamiento razonable se abrió paso entre el barullo que reinaba en su mente: acababa de ver cómo quien quiera que persiguiera a la policía hacía desaparecer vehículos enteros. Si ese Obe pretendiera hacerle daño, ya lo habría hecho.

- Lann – se presentó, tendiéndole una mano para ayudarle a levantarse -. Me llaman Lanny. Eh… ¿tienes idea de qué está pasando?
- Ninguna. Pero está ocurriendo en todos sitios. Hay una emisora de radio, ¿sabes? No sé de dónde sacan la información, pero creo que son fiables. Dicen que por todo el país se repite lo mismo – mientras hablaba, sacó su teléfono móvil del bolsillo y encendió la pantalla -. Mira, tienes que descargarte esta aplicación e introd…

Se calló a media frase. Ambos giraron la cabeza al escuchar nuevos ruidos, esta vez desde el otro extremo de la calle. Parecía algo derrumbándose. Poco después llegó el rugido de un motor, y luego se encendió otra sirena. No, varias. Se acercaban desde ambas direcciones. Había movimiento en la oscuridad, tal vez gente corriendo. Lo comprobaron cuando varios pares de faros iluminaron la escena.

Obe regresó al portal rápidamente, tirando del otro. Tenían que esconderse. Palpó en la oscuridad hasta que encontró el intercomunicador. Apretó con la palma de la mano, pulsando todos los botones que pudo. Luego se giró, mientras Lanny zarandeaba la puerta cerrada, intentando abrirla inútilmente. Se escuchaban gritos, procedentes de pocos portales más allá.

Milagrosamente, la luz del intercomunicador se encendió y un zumbido les indicó que alguien les había abierto. Entraron dentro con el corazón en un puño, y cerraron. Corrieron hacia las escaleras, aunque sólo fuera por alejarse del peligro. Al llegar al primer descansillo, una puerta se abrió en el primer piso. En el umbral apareció un joven en pijama, con los ojos enmarcados en unas profundas ojeras. En un mano sujetaba una lata de refresco, en la otra llevaba amarrado un joystick con más botones de los que ningún mortal podría llegar a manejar.

- Por todos los demonios, ¿pero qué narices es todo ese jaleo? ¿El fin del mundo? – preguntó con voz extrañada. Se cubrió la mirada con una mano para protegerse de la luz, y no pareció sorprenderse mucho al ver a dos extraños unos escalones más abajo -. Oh, hola. ¿Os echáis una? – propuso, agitando la mano en la que llevaba el mando -. Me llamo Gerold.


Capítulo II. Hace dos semanas.

”… pero ténganlo siempre en cuenta, no tenemos ninguna prueba de que la red Knighthawk sea segura; debe ser utiliza con discreción y para casos de importancia vital. Hasta el SMS más inocente podría ser utilizado para triangular su posición. No se arriesguen. Esto ha sido todo por hoy. Recuerden, toque de queda a las 6:00pm durante el resto de la semana. Seguiremos informando, estén atentos a la nueva frecuenc…”

En cuanto la figura tumbada en el sofá del oscuro rincón hizo chasquear sus dedos, el receptor de radio se apagó con un suave estallido, dando paso al silencio. Unas brillantes chispas de pura electricidad iluminaron brevemente la habitación, procedentes de las manos de Lightning, que se quedó mirando fijamente al techo. No era verdad que necesitara generar esas chispas, sólo era pura chulería. Una simple orden mental suya podía alterar el funcionamiento de cualquier aparato eléctrico, pero dicho así no le parecía lo suficientemente espectacular. Y eso que allí, sin nadie mirando, se contenía bastante.

Eso tampoco era del todo cierto: sí que había alguien más en la estancia. Pero, ¿cómo impresionar a alguien que se bastaba para hacer de la ciudad una especie de infierno inundado? No, Regalia no contaba. Giró la cabeza con desgana para observar a su acompañante, quien se inclinaba siniestramente sobre una pequeña bandeja de cerámica en la que había extendido una fina capa de agua. Sólo Calamity sabía lo que podría estar viendo allí reflejado. Esperó unos minutos, debatiéndose entre la intriga y la impaciencia por comentar las noticias que el locutor acababa de transmitir a los habitantes de Los Ángeles. Finalmente rompió el silencio.

- ¿Lo has oído? – un corto asentimiento de cabeza le indicó que Regalia estaba al tanto. No parecía querer hacer ningún comentario, sin embargo -. ¿Y no tienes nada que decir?
- Sabes perfectamente lo que tengo que decir, Light – se volvió, apartando de mala gana la mirada del agua -. No es verdad, no existen. Ninguno de ellos. Ni Deathpoint, ni ese tal Rick… ¿habías escuchado sus nombres antes? ¿Y cómo llamaban al otro? No, déjalo. Son una invención.

Lightning se puso en pie, acercándose a Regalia hasta que estuvo justo tras su espalda, mirando con curiosidad por encima de su hombro. En esa oscuridad ni siquiera llegaba a distinguir los detalles grabados en la cerámica que contenía el agua que tantos secretos parecía revelar. Se rio por lo bajo.

- Oye, ¿de verdad ves algo ahí?
- Pues claro. Y sería mejor si me dejaras concentrarme en paz. En silencio, y esas cosas – dijo señalando al aparato de radio.
- Es bueno conocer los movimientos del enemigo. Si esos Épicos han venido a…
- No hay ningún enemigo – cortó rápidamente -. Son solo esos Reckoners, tratando de ponernos nerviosos, difundiendo falsas noticias. Creyendo que vamos a caer en la trampa. Como si no fueran simples humanos a nuestros pies.
- ¿Tienes alguna prueba?

Por toda respuesta, Regalia tocó con la punta de sus dedos el agua de la bandeja. Cuando la levantó, unas cuantas gotas se escurrieron hacia la mesa antes de que con un simple pestañeo las enviara a salpicar a Lightning. Las esquivó y se dirigió hacia la ventana, por la que apenas entraba luz a través de la densa capa de agua que se arremolinaba fuera, cubriendo los edificios hasta una altura de dos pisos por encima del nivel de la calle, donde se encontraban. Negó con la cabeza lentamente.

- A veces pienso que se te va de las manos – acompañó sus palabras con una inclinación de cabeza hacia el espectáculo que se observaba al otro lado del cristal.
- Y tienes razón. Pero síguemelo contando luego – le respondió Regalia, levantándose por fin de su asiento.
- ¿Por qué? ¿Qué ocurre ahora?

Por toda respuesta, otras dos figuras aparecieron de la nada, a ambos lados de Lightning. Refractionary y Absence hicieron oídos sordos ante los gritos de protesta.

- ¡¿Queréis dejar de hacer eso?!
- No. No queremos.
- No empecéis, par de dos – Refractionary se sentó lentamente en el asiento que acababa de dejar libre Regalia. Después levantó la mirada hacia sus compañeros -. Malas noticias. Nos han desafiado.

Un corto silencio invadió la sala.

-¿Tenemos elección?
-No, si queremos conservar Los Ángeles. Hay que combatir.

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